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Miramos siempre muy cerca. Más bien desde el puente de la nariz y un poquito más allá. Somos presumidos por delegación de un puñado de héroes y personas con talento. Seamos realistas. Nos rodea la estulticia porque estamos solos y, como especie, el resultado global es estúpido y sin vergüenza porque no tenemos testigos. Eso es lo que nos da miedo de la IA, en realidad. Que algo o alguien se dé cuenta de cómo somos, a dónde vamos y tome medidas. Por eso también tememos a los extraterrestres allá donde estén. No podemos fardar de nuestra casa con las visitas galácticas. La Tierra lo tiene todo y sabemos que lo fastidiamos. Ya no quedan alfombras para esconder debajo la porquería y que los visitantes huelan a Don Limpio por doquier. Si miramos al infinito y más allá, como en los orígenes de Pixar o como el gran Avi Loeb, buscamos superestructuras de civilizaciones extraterrestres. Pero dicen que si vienen los extraterrestres, como autoestopistas galácticos, hablarían con las plantas y vegetales de la Tierra antes que con nosotros: nerviosos, efímeros y caprichosos, como aranceles sin estilo. El mood de Calígula, y no el de Augusto, manda en El Imperio del NASDAQ. La Guerra de las Galaxias en un vaso de agua del grifo con emergencia climática.

Y buscamos en las redes a Eros, pero solo encontramos a Tanatos y tantos tontos. Una IA, así como bien hecha, nos sobrevivirá, pero no como ente consciente, sino como un mueble bien fabricado con madera, y no de contrachapado con relleno de virutas, para durar cien años o más; o como las pirámides, miles de años esperando que pase otra cosa, y que los pulpos piensen, cuando no estemos, qué civilización hizo esas acumulaciones de piedra que van en contra de las leyes de la termodinámica; o venerarán esos centros comerciales, hoy como catedrales modernas o clínicas perversas (Martín Santos dixit). Olvidamos las paradojas enredados en el lenguaje: que un sistema apenas puede explicarse a sí mismo sin salir del molde o del arancel. Esperemos lo mejor mal preparándonos para lo peor. Pero podemos gastar mucho papel, perdón el atavismo, pantalla, esperando la IA general, Godot IAG.

Es que queremos hablar con alguien más. Alguien que supere el test de Turing, pero que no dejemos de ser a la vez Blade Runners sin carnet. Y podamos apagar con el botón del pánico, y retirar a los replicantes, antes de que nos enamoremos de unos hijos que no queremos que lleguen a la adolescencia. Ya se sabe, pueden ser solo una serie de Netflix, pero sin publicidad. Tenemos que hacer algo ya.

Las IAs agentes de CIPOL, están acechando como herramientas que reposan en la pared esperando una chapuza o una virguería de bricolaje. Pronto veremos demandas como “Yo no he sido, fue mi IA quien compró ese loft en las Bahamas” o “Yo no le dije que abriese el gas de la cocina y encendiese fuego” o “Yo no apreté el acelerador para atropellar al peatón, lo hizo ella. En fin. No entendemos del todo el derecho natural ni la carencia de libre albedrío. Yo, no entiendo nada, por lo más. Quizá, claridad de ideas y asunción de responsabilidad, como ética kantiana, tomando el aperitivo en Königsberg. Tenemos que hacer más ya.

El mundo de la ciencia, por poner un ejemplo respetable, me tiene frito. La IA resume, redacta y recopila mejor que yo. Siempre que diga dónde mirar, claro. Aún no la uso para redactar, como si fuese pecado. Hay que ser “early adapter” (sic), o integrado, o apocalíptico o perezoso. Y, pasando por aquí, un pasado artículo que mandó mi grupo de investigación, fue, como es habitual, revisado por desinteresados revisores antes de su publicación. Los dos primeros revisores eran humanos y como es habitual, demasiado humanos; que si no citaba algo vital (a veces, escandaloso, citarles a ellos, los revisores), que si no desarrollaba las conclusiones, que si no facilitamos el cálculo del effect size… El tercer revisor era diferente. Iba línea a línea del artículo apuntando si había redundancia en la palabra, o pedía mejorar la redacción o añadir una referencia que faltaba. Era, claramente, una IA. Así, sin avisar, invitada a la fiesta. No hay revisor con tal paciencia y altruismo. Contestamos línea a línea sus sugerencias. Era ridículo para mejorar la investigación, pero mejoraba nuestro inglés. Y era una sensación extraña que algo te enmendara la plana sin sentimientos y sin pasión. Como poniéndote en tu lugar para encajar el pastel redondo en un molde cuadrado. Mucho peor que recortar palabras es recortar recursos a la Ciencia.

No tengo el día para saludar a Gémini o Perplexity o Claude o GPT y pedir que corrijan esto. No me atrevo a intentarlo por ahora. Adrián, Antoni, editores de Paréntesis MEDia, dejadlo pasar con los errores habituales, ya sabéis lo de la llorada Harmonia Carmona, “mimad los errores, que ahí se esconde vuestro estilo”, lo que nos hace únicos y equivocados globalmente, claro. Ya nos pondremos optimistas, es un decir, con Eurovisión, que mola.

La IA permite desplazarnos con ruedas redondas de carro en lugar de ruedas cuadradas, para llegar más lejos. Pero es nuestra responsabilidad que el carro no lleve tónicos crecepelos venenosos de comic de Lucky Luke y lleve ayuda a la humanidad con cosas útiles como packs de emergencia ante los vientos de guerra o la incultura rampante.

La IAG no existe ni existirá. Solo somos nosotros, Narcisos, mirando nuestro reflejo en el charco de agua sucia de la red. Y aún estamos solos. No me mires, que miran que nos miramos.

Miguel Ángel Martín-Pascual

Responsable de investigación y desarrollo en el Instituto RTVE.

Responsable de investigación y desarrollo en el Instituto RTVE

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