La pretensión hegemónica de Estados Unidos y China sobre la inteligencia artificial no es excusa para no incorporar y adaptar esta tecnología a nuestra realidad.
Es la guerra. Se ha oficializado la gran guerra tecnológica entre Estados Unidos y China. Mientras, Europa está mirando desde las gradas. Hasta ahora, la batalla era entre empresas controladas por el gobierno chino y las compañías más capitalizadas del planeta, todas ellas norteamericanas. En juego está la conquista del botín más preciado: la Inteligencia Artificial.
Pero desde esta semana, un desatado Donald Trump marcó el paso en su segunda toma de posesión. A su lado, junto a su familia y los expresidentes, no estaban los dignatarios políticos mundiales ni siquiera los líderes nacionales. En cambio, sí estaban los principales dirigentes de las grandes empresas tecnológicas, evidenciando que el gobierno estadounidense es ahora quien dirige la batalla de la IA.
Ya en la Casa Blanca, el primer acto del nuevo/antiguo presidente de Estados Unidos ha sido presentar, junto a Sam Altman de OpenAI y Larry Ellison de Oracle, el proyecto Stargate, con una inversión de 500.000 millones de dólares que se dedicarán a infraestructuras de IA.
La paradoja de Elon Musk
Un aspecto clave de esta nueva era es la relación entre Trump y el emigrante sudafricano Elon Musk. El hombre más rico del mundo ejerce un agresivo liderazgo en sus empresas, entre ellas SpaceX, Tesla, Neuralink, Starlink, o la red X, pero ha tenido tiempo de ser el principal activista en la campaña republicana. Y ahora Trump le ha encomendado aplicar sus métodos para reorganizar y reducir la Administración pública de Estados Unidos. Trump y Musk utilizan la brocha gorda y no parecen haber entendido lo que diferencia lo que es público de lo que es privado.
Esta lucha por la hegemonía de la IA coincidirá con otras batallas tecnológicas como la conquista del espacio, la fusión eléctrica, la computación cuántica, la secuenciación genómica o la robótica. Hay muchos intereses en juego, pero no por ello hemos de renunciar a jugar la partida y defender los nuestros.
Excusas
Como los caracoles cuando llueve, volverán a salir con fuerza los agoreros que utilizan cualquier resquicio para negar los cambios transformadores y para atribuir a la IA la responsabilidad sobre todos los males del planeta. Es una excusa perfecta para los progresistas que niegan el progreso o los liberales que rechazan que la inteligencia humana pueda tener competencia. Su respuesta a los gestos de Musk o a la prepotencia de Trump será la de culpar a la herramienta.
Europa, América Latina, Canadá, Japón y otras regiones deberían aprovechar este momento para reforzar la investigación, para disponer de modelos propios, apoyar el retorno de investigadores expatriados y desarrollar una IA más inclusiva, en contraste con las visiones más agresivas de las dos grandes potencias.
En un momento en el que la IA puede revolucionar sectores como la salud, la educación, la comunicación o la sostenibilidad, que puede tener grandes efectos en el mercado laboral, es fundamental diferenciar esta herramienta transformadora de las tácticas que dividen sociedades. Es imprescindible que el debate llegue a la política, pero no debería ser otra arma arrojadiza. No sería la primera vez que la política de confrontación frena el progreso.
El presidente de una nación que representa a menos del 5% de la población del planeta no puede pretender decidir sobre el 95% de la población mundial que no vive y no vota en Estados Unidos. Un país gobernado por un partido único, como China, no puede ganar una batalla que debe ser democrática.
La acción es el camino
Pero la respuesta no es el lamento ni la mera denuncia. Europa y otras regiones del planeta necesitan más batas blancas en los laboratorios, más manos sobre los teclados y no dejar que la prospectiva quede monopolizada por las togas de los juristas. Es momento de actuar. En este sentido, hay que valorar la iniciativa del gobierno español creando los modelos Alia o el apoyo de Francia a Mistral, pero hacen falta miles de iniciativas.
Quedar fuera de la IA es la marginación y la pobreza de las naciones. No participar en este cambio tecnológico significa renunciar al progreso, perder competitividad en el mercado global y limitar las oportunidades de desarrollo para futuras generaciones.
De un compatriota de Musk, Nelson Mandela, es la frase: «Siempre parece imposible hasta que se hace».