El pasado julio, en el marco del grupo Harvard y la Fundación Puente China, visité Shenzhen, una ciudad trepidante que es como un viaje al futuro. Este destino obliga a cuestionarse las políticas de la Unión Europea y nuestro futuro, tanto industrial como profesional, y de progreso social. Shenzhen, una ciudad y zona económica en la provincia de Guangdong, ha evolucionado en solo 40 años para convertirse en un referente mundial en tecnología, comercio internacional y finanzas. A nivel global, es una de las 10 economías urbanas más grandes, el octavo centro financiero más competitivo y extenso, la segunda ciudad en número de rascacielos, la 19ª en producción científica y cuenta con instituciones educativas destacadas como la ‘China Europe International Business School‘ (CEIBS), fundada por el Dr. Nueno, donde se han formado miles de importantes ejecutivos chinos.
Hoy, Shenzhen, convertida en 1979 gracias a las reformas de Deng Xiaoping en la primera zona económica especial de China por su proximidad a Hong Kong y la voluntad del gobierno chino de competir con esa ciudad y, a la vez, con el Reino Unido primero y Estados Unidos después, es un lugar donde se concentran el mayor número de empresas dedicadas, entre otras cosas, a la inteligencia artificial, la robótica, la sensórica, los drones, el big data y el blockchain. Shenzhen, con unos 24 millones de habitantes y una edad media de 35 años, es, por tanto, una región-ciudad referente en desarrollo tecnológico, el «Silicon Valley de China», gracias al trabajo conjunto entre empresas y gobierno que apuestan por la innovación, la atracción de talento y la sostenibilidad. No en vano, es hogar de grandes empresas mundiales como Tencent, Huawei, BYD, Mindray y Meituan, entre otras.
Visitar Shenzhen es, en gran parte, un viaje al futuro urbanístico, arquitectónico y tecnológico, algo que se constata al recorrer sus amplias avenidas, autopistas, parques o zonas de ocio. Es, también, un viaje al futuro tecnológico, que se hace evidente al observar la tecnología urbana o al visitar y conocer con detalle diversas empresas. Un ejemplo es BYD, con 700 mil trabajadores, de los cuales 100 mil son ingenieros que, en 30 años, han alcanzado 38 mil patentes, es decir, 15 diarias. Otro caso es Mindray, fabricante de dispositivos médicos con un presupuesto de casi 5 mil millones de dólares, destinando el 24% de los beneficios a I+D+i; Huawei, que solo en 2023 ingresó 99.4 mil millones de dólares, destinando el 23.4% a I+D+i; y Meituan, una plataforma de compras y entrega de productos de consumo con drones autónomos, que cuenta con más de 7,000 investigadores.
Esta enorme transformación y capacidad de liderazgo invitan a reflexionar sobre las razones que han hecho posible este presente y el futuro que se vislumbra, así como a pensar en la Unión Europea y su devenir. Una reflexión que debe considerar que China tiene un enorme potencial, siendo un país de 1,473 millones de habitantes y un PIB de 16.418.615 millones de euros en 2023, con una renta per cápita de 11,647 euros. En 2022, su inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) superó los 400 mil millones de dólares, equivalente al 2.54% de su PIB. Su presupuesto anual en 2023 fue de 5.446.277,7 millones de euros, un 33.17% del PIB, destinando un 10.5% a educación (3.3% del PIB), un 8.91% a sanidad y un 4.79% a defensa.
Estas cifras son muy relevantes, pero deben contrastarse con las de la UE, que en 2023 tenía una población total de unos 448 millones, un PIB de más de 17 billones de euros y una renta per cápita superior a 38 mil euros. En España, el PIB en 2023 fue de 1.46 billones de euros (entre las 20 economías más importantes del mundo), con una renta per cápita de 31,500 euros. España destinó de su presupuesto anual unos 680,9 mil millones, un 9.18% a educación, un 16.19% a sanidad y un 3.14% a defensa. En I+D+i dedicó un 1.44% del PIB, con la intención de alcanzar el 2.12% en 2027.
El potencial económico y de investigación de China es enorme, pero también lo es el de la Unión Europea. Sin embargo, las prioridades, políticas y métodos son muy diferentes. Analizar estas realidades en persona conduce a cuatro reflexiones que, a la vez, son cuatro preguntas. La primera es que este viaje al futuro tecnológico me hace cuestionar si la privacidad será posible en el futuro. Debería serlo, aunque en Shenzhen, en el dilema entre seguridad y privacidad, ha ganado la seguridad. Urbanísticamente, al tratarse de una ciudad construida desde cero en menos de 20 años, surge la pregunta de si es sostenible un futuro con megaciudades compactas.
La segunda reflexión es la importancia de copiar y mejorar para no perder tiempo con lo que ya se conoce. La pregunta es si es ético hacerlo en un mundo competitivo y asimétrico sin intereses compartidos. La tercera es la gran autonomía tecnológica que han alcanzado, manteniendo su esencia cultural, algo que la UE no ha logrado. Mi pregunta insistente es por qué la UE no adopta políticas y programas para lograr autonomía frente a Estados Unidos y China. Finalmente, la cuarta reflexión es que Europa sigue en la «dulce decadencia del imperio romano», perdiendo el tren sin asumir que el centro del mundo ahora es el Pacífico y la UE su periferia.
Por capacidad económica, infraestructura y talento, aún estamos a tiempo de recuperar el tren del futuro. Pero la pregunta es si seremos capaces de hacerlo, ya que esto implica ser menos la suma de 27 Estados, y más Unión Europea.
NOTA: Este artículo ha sido publicado también en ‘Fulls d’Enginyeria’, del Col·legi d’Enginyers Industrials de Catalunya.
Fotografía: Charlie Fong | Wikimedia Commons.