Empezamos el año 2025, un año que puede ser o sensiblemente distinto a los últimos, básicamente por la llegada del presidente electo Donald Trump a la casa Blanca acompañado de Elon Musk al frente del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental. Una persona, Musk, con una enorme capacidad de condicionar colectivos y países, no sólo por su inmensa fortuna, más de 400 billones de euros según la lista actualizada de Forbes, sino también por sus empresas tecnológicas, entre ellas Space X, con su proyecto Starlink, una red con más de 12.000 satélites en órbita para ofrecer conexión a internet a nivel global, y su red social X, dotada de la inteligencia artificial Grok que es capaz de condicionar actitudes y actuaciones de millones de ciudadanos. Una capacidad enorme económica, tecnológica y de influencia social que no debería pasar desapercibida ni ignorada por todos aquelles países que no disponen de la mínima soberanía e independencia tecnológica.
Es precisamente nuestra dependencia tecnológica lo que debería preocuparnos. A título de ejemplo, que ocurriría si Starlink se convierte en la empresa monopolista de internet en especial en zonas remotas o países si infraestructuras terrestres, o si la IA Grok avanza en la línea de cambiar el modelo de entrenamiento de las IA hacia el de autoaprendizaje basado en datos sintéticos, atendiendo que en palabras del propio Musk «se ha agotado el conocimiento humano acumulado». Una evolución de la IA que puede distanciarse de la realidad humana y los valores humanos y éticas que rige las actuaciones.
Lo cierto es que, al igual que Internet, las IA llegaron para cambiar el mundo, y, de forma silenciosa, lo están haciendo. Cada vez son más las empresas que las utilizan para ser más productivos, más rápidos en las tomas de decisiones y más próximos a los clientes. Pero también, los humanos cada vez más utilizan las capacidades que aportan los algoritmos, en especial desde que surgió ChatGPT, la IA que evidenció cómo las nuevas herramientas digitales abrían nuevas maneras de trabajar, producir, comunicar, relacionarse y crear, atendiendo que hay IA de todo tipo, desde generar textos, imágenes o vídeos, ayudar al análisis y diagnosis de problemas, servicios de consulta telefónica, investigación de mercados etc.
Vivimos en un mundo tenodependiente, la clave es no depender de terceros en especial si los valores y principios éticos de los terceros no coinciden con los propios, atendiendo que si los humanos nos volvemos progresivamente más dependientes de las capacidades de las IA, ello plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de los colectivos humanos y los riesgos de esta dependencia.
«Vivimos en un mundo tenodependiente: la clave es no depender de terceros en especial si los valores y principios éticos de los terceros no coinciden con los propios»
Las respuestas se pueden intuir pero no se identifican claramente, ahora bien, en lo que no hay dudas es en la necesidad de promover el aprendizaje de Big Data y del funcionamiento y riesgos de las IA para las empresas y las personas; en invertir en la creación de tecnologías propias que reflejen los valores y principios éticos que caracterizan la sociedad minimizando la dependencia de terceros; diseñar e implementar actuaciones para optimizar las capacidades de las IA pero a la vez mantener habilidades humanas críticas evitando la dependencia excesiva; impulsar políticas y normativas que supervisen el uso de IA evitando que se utilicen en contra de las sociedades en beneficio de unos pocos; y aprovechar las capacidades de las IA para ayudar a resolver las problemáticas existentes y avanzar de forma responsable y sostenible. Soy de los que creen que iniciamos un periodo clave que obliga a no ignorar las realidades que se dibujan en el horizonte.