Eduardo Levy Yeyati es coautor del libro ‘Automatizados: Vida y trabajo en tiempos de inteligencia artificial‘ (Editorial Planeta, 2024). Su filosofía plantea la necesidad de un cambio de paradigma en la forma en que pensamos en el trabajo, hasta ahora como un medio remunerado para redistribuir ingresos. Esto, según Levy, podría cambiar en los próximos años, como consecuencia de las nuevas tecnologías: «Tal vez es hora de empezar a pensar en el trabajo como una realización personal, no necesariamente remunerada». Y para ello, por supuesto, es necesario crear nuevos mecanismos de redistribución de la riqueza.
Tomás Cascante: Vamos a hablar de tu libro, ‘Automatizados’. En él mencionas que la inteligencia artificial provocará cambios irreversibles en el empleo, aunque no necesariamente una pérdida de trabajo. ¿Podrías detallar un poco más esta afirmación?
Eduardo Levi Yeyati: La forma más fácil de entender el impacto de la inteligencia artificial, en especial la generativa, que incluye los grandes modelos de lenguaje, es pensar que reemplaza ciertas funcionalidades del trabajador humano. Hace tiempo ya sustituimos el esfuerzo físico con máquinas y, en los últimos diez años, la automatización se ha centrado en tareas rutinarias y fácilmente codificables.
Ahora, las nuevas tecnologías están reemplazando tareas cada vez más sofisticadas, desde programadores, diseñadores hasta científicos. Estos cambios afectan directamente el conocimiento explícito y la calificación humana. Debemos generar trabajos que requieran habilidades humanas irremplazables, como la empatía o el juicio… Esto nos obliga a replantearnos cuáles son las funcionalidades humanas fundamentales en el trabajo. Es pensar: ¿Qué es lo que el hombre puede hacer mejor o complementar mejor la IA?
En un futuro donde la inteligencia artificial realice tanto tareas físicas como cognitivas, ¿qué papel tendrán los humanos?
Es importante entender qué es realmente la inteligencia artificial que conocemos hoy. Básicamente, es un algoritmo muy complejo que, a través de una enorme base de datos, se calibra para darnos respuestas. Sin embargo, todo lo que no esté en esa base de datos no forma parte de su «conocimiento». De ahí surgen las «alucinaciones» del algoritmo, respuestas falsas pero verosímiles, porque el sistema intenta responder aunque no tenga información. El juicio, la empatía, la experiencia tácita, son conocimientos humanos no documentables que la IA no puede replicar. Por tanto, no tiene sentido competir con el conocimiento explícito de la IA; debemos centrarnos en el conocimiento práctico, experiencial, que está en la cabeza del experto humano.
«Necesitamos pensar en nuevos mecanismos de redistribución del ingreso para cuando el trabajo remunerado no sea tan necesario»
En tu libro, haces una comparación entre la inteligencia artificial y el cambio climático. ¿Podrías explicar esa analogía?
Uso los términos de «mitigación» y «adaptación» que se aplican al cambio climático. Con el cambio climático, la mitigación busca frenar el calentamiento global, aunque sabemos que también necesitamos adaptarnos a sus efectos. En el caso de la tecnología, no creo que podamos ni debamos revertirla; la tecnología va a avanzar de cualquier modo. Necesitamos aprender a adaptarnos a la inteligencia artificial y pensar en nuevos mecanismos de distribución del ingreso cuando el trabajo remunerado no sea tan necesario. Adaptarnos significa aceptar y pensar en soluciones que permitan a todos los ciudadanos seguir siendo sujetos de consumo en una economía en la que la demanda de trabajo humano disminuya.
«Habilidades como el pensamiento crítico, el discernimiento, la empatía y la creatividad humana deberían fomentarse más»
La inteligencia artificial también afecta a la educación, en especial al sistema universitario. ¿Qué cambios propones para que la educación siga siendo eficiente?
Más que ajustes marginales, necesitamos repensar el sistema educativo en función de las nuevas tecnologías. La IA actual reemplaza gran parte del conocimiento que se imparte en las universidades. Debemos preguntarnos si tiene sentido seguir enseñando cosas que la IA puede reemplazar. Aprender idiomas o matemáticas puede ser útil, pero memorizar datos o conocimientos accesibles ya no lo es tanto. En cambio, habilidades como el pensamiento crítico, el discernimiento, la empatía y la creatividad humana deberían fomentarse más. Hay que redirigir la educación hacia áreas complementarias a la tecnología.
¿Crees que en el futuro la inteligencia artificial podría desarrollar aspectos humanos, como la ética o la empatía, y llegar a tener conciencia?
Lo veo improbable, al menos con los desarrollos actuales. Hoy en día, los modelos de IA son esencialmente pasivos y están determinados por los datos que los calibran. Replican los sesgos de sus fuentes; si usas ciertos medios para entrenarlos, reflejarán esos puntos de vista. Pasar de esa pasividad a tener juicio de valor, una moral o ética propia requeriría un desarrollo paralelo y diferente a la simple escalabilidad de estos modelos actuales.
«La IA mejora la equidad entre los trabajadores, pero incrementa la brecha económica entre ellos y los dueños del capital»
También mencionas el «efecto Robin Hood» de la inteligencia artificial. ¿A qué te refieres?
La inteligencia artificial tiende a igualar, aunque sea hacia abajo. Te doy el ejemplo del GPS en Londres, donde los taxistas estudian años para un examen llamado «The Knowledge». El GPS elimina la necesidad de ese conocimiento, permitiendo que cualquiera con acceso a la tecnología pueda desempeñar ese rol, reduciendo la ventaja de quienes tenían formación previa. Esto iguala las oportunidades entre trabajadores, pero también aumenta la desigualdad entre trabajadores y los dueños del capital tecnológico. Es un efecto de equidad entre trabajadores, pero incrementa la brecha entre ellos y los dueños del capital.
«Tal vez es hora de empezar a pensar en el trabajo como una realización personal»
¿Hay algo más que quisieras añadir?
Creo que algo crucial es el cambio cultural que esto implica. Nuestra vida está organizada en torno al trabajo, tanto para distribuir ingresos como para darle sentido a nuestras actividades. La distribución de ingresos puede lograrse de otras maneras, pero el vínculo cultural entre trabajo y remuneración es algo más reciente, de los últimos 500 años. Tal vez es hora de empezar a pensar en el trabajo como una realización personal, desligado de la necesidad de ser remunerado. Es uno de los grandes desafíos que plantea la tecnología: cómo distribuir ingresos sin necesidad de obligarnos a trabajar y cómo trabajar sin la necesidad de que eso esté vinculado a una remuneración.
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