Sí, el rey de Frigia, Midas, ayudó a los dioses y pidió que todo lo que tocase se convirtiese en oro. Claro, pronto recibió el cariño de su hija que quedó convertida, al abrazarle, en un lingotazo de Au para decorar. Peor fue la cuestión de la comida. En cuanto tocaba una manzana, otro lingote indigerible al canto. La manduca y los abrazos entraron en la misma categoría de lo prohibido y Midas quedo rodeado por crecientes y artísticas piezas doradas.
El toque Midas, de manera popular en nuestros días, se asocia al neoliberalismo bursátil, o a los pelotazos de Warren o a los criptomisterios monetarios, o al ladrillo de barro.
Pero hay otro toque Midas. En UX (Experiencia de Usuario) y UI (Interfaces de Usuario), en las pantallas omnipresentes, es cuando tocamos sin querer algo que hace algo que nos da algo que no esperamos. Como la vida misma; como un análisis heurístico de Nielsen cuando descubres que el programador humano o maquinil se olvidó del botón undo y nos hunde hondo en la miseria de mandar un correo no deseado, saltar pantalla, perder algo de la pantalla, desloguearnos, bloquearnos o quedar expuesta nuestra torpeza digital siempre con quien no queremos. Esta torpeza digital también suele ser la de nuestros dedos físicos gordezuelos tocando pantallas capacitivas más pequeñitas de lo razonable o más sensibles al toque cuando no debían. ¿Qué me dicen de esos bordes de pantalla, en el mismo marco del dispositivo smart, que responden con alegría a cualquier comando (meter o rozar con un dedo) no deseado? Manazas digitales y smartizadas. Este toque Midas contemporáneo tiene mucha importancia para relacionarnos con las máquinas.
En el diseño de interfaces, con las pantallas, es un problema cómo relacionarnos con el software. El ratón creado por Xerox es un ganador. Botón izquierdo, botón derecho, ruedecita y ¡plas!, ya procedo. El teclado con atajos, para espabilados, pero sin atajos también es útil, como la máquina de escribir que ya pocos seres humanos en esta Tierra han tocado en su versión de metralleta mecanográfica. Todo se mejora. Hay algún problema con interfaces más líquidas. Los parpadeos son siempre prometedores como interface. Todos parpadeamos entre quince y veinte veces por minuto, aunque nos nos damos cuenta hasta ahora que lo comentamos y no podemos dejar de notarlo. Un parpadeo puede ser “Sí” u “Ok”; dos parpadeos, “No”. Pero si hago tres, ¿qué pasa? Si me entra algo en el ojo y lo cierro, cierro sesión o borro todo. Toque Midas. Pero todo mejora. Los gestos como interface, por ejemplo. Junto los deditos y cuelgo la llamada, me muevo como un poseso y manejo una raqueta virtual en un videojuego que luego no se usa en familia de anuncio, sino en sitios no organizados por tiendas de muebles suecas, que no han visto nuestro salón mileurista de espacio.
Hoy está claro que la última frontera de las interfaces serán nuestras ondas cerebrales. Para que funcionen, hoy, necesitan de un entrenamiento de monje budista y provocar un estado alterado de conciencia que nos permite darnos un golpe con el armario de la cocina mientras intentamos hacer la compra con el pensamiento y metemos en la cesta de la compra diez paquetes de pinzas de tender la ropa en lugar de diez paquetes de papel higiénico. Todo llegará.
Claro, que hay una interface que ya funciona bastante bien. No la olvidamos. La voz humana. Hablamos a las máquinas y nos hablan con naturalidad y vacile sorprendente. Esto tan útil y entrenado nos lleva al nuevo toque Midas por delegación.
El año que viene se avecina el año del Toque Midas definitivo. Ya vienen las IAs agentes. Las IAs que harán cosas que harán que pasen cosas en el mundo real. Hay cosas simpáticas, como que nos reserven mesa en un restaurante o un vuelo lowcost con maletas de tamaño variable. Pero a todos se nos ocurren más cosas que pueden hacer. Y harán. No serán agentes de la CIA o el FBI. Pueden ser de C.A.O.S o la T.I.A, en estos tiempos de agentes cutri-investigados. Una IA se puede preparar para ser un sustituto nuestro en la vida real. No se trata de sustituir nuestro talento para escribir un correo o hacer un trabajo para el colegio. El papel lo aguanta todo. Se trata de actuar como si fuéramos nosotros en el mundo real.
Una serie de dispositivos simpáticos, fallidos por ahora, apuntan en esta dirección. El Pin AI o el Rabbit R1 intentan, en el fondo, sustituir al teléfono inteligente y hacer cosas, que den el salto a una IA agente que salte los pasos intermedios de nuestras decisiones. Jonathan Ive, ex de Apple, y Open AI, y otros, también están preparando otro chisme cautivador para esto. Tarde o más temprano, va a funcionar. Y tendremos la IA agente representándonos en transacciones, caprichos y negociando por nosotros, porque la IAG (Inteligencia Artificial General, la que piensa) seremos, en realidad, nosotros, con un representante que puede ser insustituible o salir rana. El año que viene se presenta apasionante.
A Midas le perdonaron y le quitaron su toque: se bañó en las aguas del río Pactolo y todo el caudal se volvió dorado; otros no avisaron del caudal marrón y todo lo que tocaron se convirtió en mierda.