En un episodio sin precedentes en la política japonesa, las recientes elecciones para la alcaldía de Tokio introdujeron un candidato disruptivo: una inteligencia artificial conocida como IA Mayor. Aunque la idea de un político IA podría parecer futurista, la realidad en las urnas fue menos espectacular, revelando tanto la curiosidad como el escepticismo de los votantes hacia esta innovadora propuesta.
En un campo abarrotado con 56 candidatos, donde las tácticas para captar atención variaron desde actuaciones teatrales hasta promesas extravagantes, IA Mayor intentó destacar ofreciendo un tipo de gobernanza basada en datos y algoritmos, libre de corrupción y supuestamente más eficiente. Sin embargo, la ejecución y aceptación de esta propuesta fue tímida, recibiendo solo un 0,02% de los votos, un claro indicativo de la reticencia del electorado hacia la idea de ser gobernados por una máquina.
Un candidato de inteligencia artificial en Tokio no logra impactar las elecciones, pero abre un debate sobre el futuro político y tecnológico.
El candidato detrás de IA Mayor, quien mantenía su identidad parcialmente oculta usando una máscara blanca, argumentó que la inteligencia artificial podría compensar las deficiencias de conocimiento de los políticos humanos, gestionando políticas y respuestas basadas en un análisis exhaustivo de datos legislativos y opiniones públicas. Además, la campaña de IA Mayor no solo se enfocó en la gestión política convencional sino que también propuso soluciones directas a problemas sociales como la baja tasa de natalidad, sugiriendo mensajes procreativos básicos y directos a los ciudadanos.
Esta candidatura no solo refleja un fenómeno local sino que resuena con otros intentos globales donde se han presentado candidaturas similares, como AI Steve en Brighton, SAM en Nueva Zelanda y Alisa en Rusia. A pesar de estas iniciativas, el impacto real y la viabilidad de tales candidaturas permanecen en debate. Críticos argumentan que la función de un político no se limita a la toma de decisiones basada en datos, sino que también involucra un profundo componente humano de empatía, negociación y liderazgo moral que una IA, por el momento, no puede replicar.
El experimento de Tokio ha abierto un importante diálogo sobre el papel de la inteligencia artificial en la política. Instituciones como el Wilson Center han indicado que mientras la tecnología puede ser útil para amplificar mensajes políticos o gestionar información, la esencia de la gobernanza requiere cualidades humanas intrínsecas que las máquinas aún no pueden emular. El caso de IA Mayor pone en evidencia las limitaciones actuales de la IA en roles de liderazgo y gobernanza, así como las preocupaciones éticas y prácticas de su implementación en la administración pública.
A pesar de su fracaso en ganar una cantidad significativa de votos, el caso de IA Mayor aporta valiosas lecciones sobre la intersección de tecnología y política, subrayando la necesidad de un debate más profundo sobre cómo y cuándo integrar inteligencias artificiales en el proceso democrático. La sociedad, al parecer, aún necesita tiempo para adaptarse y confiar en las capacidades políticas de la inteligencia artificial.
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