Esta semana, a raíz de una entrevista en ONIA con Núria Casas, un amigo me preguntó sobre el impacto de la inteligencia artificial en la sociedad. Mi respuesta se encuadra en que es evidente que la IA está transformando profundamente cómo vivimos, trabajamos y nos relacionamos. La IA requiere regulación y monitoreo para asegurar un uso responsable y transparente, maximizando sus beneficios, minimizando los riesgos y evitando la exclusión digital intergeneracional. Ahora bien, el impacto de la IA en la sociedad y las estrategias para adaptarnos no son igual para todos, a mi entender varían según las generaciones y las etapas de la vida.
De forma sintética, considero que es necesario tener en cuenta cuatro grupos.
- El primero es el configurando por los niños y adolescentes, los cuales crecen rodeados de dispositivos, aplicaciones con IA y inmersos en las redes sociales. Su mayor riesgo es la tecnodependencia y la posible reducción del esfuerzo en el proceso de aprendizaje, lo que puede afectar su desarrollo emocional, cognitivo y social. Para enfrentar estos riesgos, es esencial que el sistema educativo integre una formación crítica sobre la IA, enseñando a comprenderla y usarla de manera responsable. Esto incluye formación en pensamiento computacional y ética tecnológica, así como la promoción de actividades que fomenten el pensamiento crítico, la creatividad y la capacidad de interacción personal. Sin renunciar a que en el hogar se establecer períodos de desconexión digital para aprender a desenvolverse sin ‘pantallas’ o caer en la dependencia digital.
- El segundo grupo es el formado por estudiantes y jóvenes profesionales, a los cuales las IA les ofrece herramientas que aumentan la eficiencia y la productividad, pero también plantea retos de adaptación y la necesidad de aprendizaje constante, especialmente frente a la obsolescencia acelerada de conocimientos y la desaparición de profesiones tradicionales. Para enfrentar estos desafíos, los jóvenes necesitan una mentalidad versátil y orientada al aprendizaje continuo, mejorar sus competencias digitales avanzadas y disponer de capacidad para cotrabajar con sistemas de IA y robots, a la vez es importante desarrollar habilidades transversales, como la resolución de problemas complejos y la comunicación, para asegurar su adaptabilidad.
- El tercer grupo es el que incorpora a las personas mayores en activo, desempleadas o jubiladas, para ellos el riesgo principal que afrontan es la exclusión digital, que puede llevar a su desplazamiento del mercado laboral debido a la automatización y a dificultades para integrarse en el mundo digital, o los aspectos asociados a la exclusión social o al aislamiento. Para minimizar estos efectos, las políticas públicas y empresariales deberían apoyar a las personas mayores con programas de formación continua y adaptación a la economía digital, con el objetivo de una alfabetización digital básica. También se pueden utilizar aplicaciones de IA para mantenerlos activos en el mercado laboral y el ámbito social, previniendo el aislamiento y fomentando su bienestar mental.
- Finalmente, el cuarto grupo es el de personas de edad avanzada con ciertos grados de dependencia o con pérdida de facultades, un grupo que a menudo se siente desbordado por la omnipresencia de la tecnología y la IA. Los riesgos incluyen, tanto el aumento del aislamiento y la marginación por falta de conocimientos tecnológicos como una mayor vulnerabilidad ante la ciberdelincuencia, al desconocer los protocolos de seguridad. Superar estos riesgos requiere talleres para ayudarles a entender y utilizar la tecnología con confianza, así como fomentar el diseño de dispositivos y aplicaciones intuitivos, con interfaces simples y funcionalidades adaptadas a sus necesidades, con herramientas de IA que ayuden a proteger su privacidad en línea detectando posibles fraudes y garantizando la seguridad de sus datos.
Un conjunto de acciones que pueden ayudar a integrar mejor a las diferentes generaciones a vivir con las IA en un entorno más inclusivo y seguro para todos.